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Arquitectos: Gerardo Caballero Maite Fernandez Arquitectos; Gerardo Caballero Maite Fernandez Arquitectos
- Área: 800 m²
- Año: 2011
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Fotografías:Gustavo Frittegotto
Descripción enviada por el equipo del proyecto. Legua tras legua, los mismos caranchos darán la impresión de revolotear sobre la misma osamenta, y los mismos caballos salvajes, en viaje de invernada, pastar en manadas de quince o veinte, tranquilos y diminutos, sobre la línea de horizonte. Juan José Saer, Las nubes.
Cada vez que miro una casa de Gerardo Caballero y Maite Fernández tengo la impresión de que el proyecto ha empezado por la puerta, dando posición a la puerta, buscando la manera de entrar a la casa. En la Casa Miraflores la puerta se nos presenta perpendicular a la trayectoria de llegada a pie o en coche, es decir puesta de canto, para mejor adelgazar su figura (algo quizás aprendido del maestro Siza). Podemos observar cómo en una fotografía de la casa, el punto de vista sobre la fachada oeste se ha situado de tal manera que la puerta permanece invisible, siendo ésta incluso de un ancho considerable. Producto de esto, la casa se nos ofrece como “un bulto opaco, vuelto de espalda”, virtualmente convexo.
Cruzamos la puerta y la casa se despliega en L, con extremos desiguales. En el extremo corto, orientado al este, la casa establece un contacto decidido con el plano del suelo, mientras hacia el otro extremo, más dilatado, orientado a norte, la casa se despega súbitamente del suelo, en un corcoveo que la deja sobre dos delgados pilares, en situación inestable. Algo de ese mismo impulso parece registrar la casa coja de Clorindo Testa en la Pedrera. En este extremo, el trayecto del visitante, lineal y sin límites, atraviesa la zona de servicios y se alarga hacia el exterior a través de una galería; o antes se bifurca ascendiendo por una estrecha escalera lateral, que enfila como por un brete hacia la zona de dormitorios. En cambio en el extremo corto, el trayecto se cierra sobre sí mismo, en un final atascado, detenido tras pasar el vestidor del dormitorio principal, para terminar bloqueado por la pared del baño. La imagen última que entrega el final de cada trayecto es igualmente contrastada: la del extremo norte, con el paisaje horizontal -exterior- y sus variaciones a lo largo del día y las estaciones, se contrapone a la del otro extremo, con la imagen repetida e igual a sí misma del interior, junto con la cara del espectador, duplicados por el espejo del baño.
Tras pasar la puerta de entrada y girar a la izquierda, un hecho brutal nos sobreviene. A pocos centímetros de nuestras cabezas sobrevuela una T, formada por el encuentro de dos vigas que construyen el dintel de la ventana mayor que da al patio. Esta T avanza hacia nosotros seccionando virtualmente el vestíbulo-biblioteca de entrada a la casa, y define el vano de paso al estar-comedor y el segmento plegado de la ventana, que mira a norte. Esta T produce además un acoplamiento de la casa al suelo, a la vez que determina sus dos orientaciones principales. Fija un punto en el espacio circular de la vasta llanura, al igual que lo hace un cruce de caminos. La casa es una L que deviene T (dicen que Marcelo Villafañe hace X). Pero si la casa se encuentra ligada al suelo por este cruce de caminos que es la viga en T, unos metros más arriba, por encima de ésta, la cubierta se descuelga con un movimiento en redondo, como el giro de un caballo, que excita y desestabiliza esa imagen apaciguada de la casa.
Existe en el cine una escena pareja a la que propone la casa. En North by Northwest, de Hitchcock, Cary Grant, apostado en un cruce de caminos del midwest americano -in the middle of nowhere-, se lanza en carrera vertical por uno de los caminos, al tiempo que un avión fumigador circunvuela amenazante sobre su cabeza, hasta que Grant logra finalmente escapar, ocultándose en un maizal. Este movimiento circular de vuelo de chimango que despliega la cubierta tiene un punto de apoyo firme en el árbol del patio, que aunque no existe sobre el terreno, sí aparece en los croquis y dibujos de Caballero.
Si la casa es un caballo que gira en redondo, el árbol es el palenque que sostiene el movimiento.
“Se llamaba “parar rodeo” al acostumbramiento de la manada a un determinado lugar. Se aseguraba así una manada junta y tranquila. Para esto se colocaba un palo vertical clavado en el suelo que servía como referencia a los animales para “aquerenciar la hacienda”. Consideramos a este tronco vertical como una de las primeras y débiles transformaciones del paisaje. Es lógico que ante la ausencia de árboles y la omnipresente horizontalidad, una simple línea vertical adquiera una potencia fundadora. Esta imagen, aunque débil, (…) tiene referencias posteriores en el “palo de doma”.”1
Este árbol de la Casa Miraflores juega un papel análogo al de otro árbol, el existente de la Casa Frittegotto. También ahí el árbol es el centro de amarre de una danza, que se establece entre el muro existente que cierra en ochava la propiedad hacia la calle y su reflejo, el muro de la casa que se pliega sobre el jardín.
A su vez el árbol de la Casa Miraflores -ser vertical-, se proyecta perpendicular a la casa y penetra en el interior transmutándose en su inverso horizontal, el tabique del dormitorio principal, y oblicuo, el plano de la escalera que se descuelga solapadamente de él. Una operación similar a ésta ocurre en la Casa Cinalli, donde el árbol del patio construye un plano de correspondencia con la pared que divide dormitorio/estar.
La Casa Miraflores muestra que, en la llanura, para mirar las flores, para otear la línea última y definitiva, momentáneamente aplazada del horizonte hay que elevarse, soltar el suelo: “Los puestos debían tener amplia visión para vigilar confiadamente y para asegurar la defensa en caso de malones, (…)”/1
Texto por Arq. Rodolfo Corrente